jueves, 26 de mayo de 2011

2 cuentos de amor y una rosa roja

Segudo cuento de mi caja de infancia. Cuando abuela conoce a abuelo  y mami conoce a papi.

I
Ya no aguantaba más, si me seguían manteniendo en esta prisión podría terminar lunática esquizofrénica. En Agosto del 54, mis padres habían tomado la decisión de mandarme a un internado católico en Vermont, alejada de las borracheras, de los picoteos, y de cualquier hombre que pudiera dejarme embarazada sin haber tenido compromiso alguno. Por lo tanto, mi rutina diaria consistía en comer, rezar y dormir, rodeada de monjas y de pobres niñas tan sometidas como yo, y sin rastro alguno de presencia masculina.
Pase nueve meses y quince días, en aquel encierro. Hasta el día en que me llego una carta de mamá, diciéndome que debía regresar a Caracas por unos días, ya que le iban a celebrar un baile de quince años a mi prima Cocó.  Sensaciones de alivio y de intriga surgieron en mí, sabía que debía aprovechar esas tres semanas que iba estar fuera del internado para conquistar el corazón de un notable caballero, casarme con él y así no tener que volver más nunca a ese horrible lugar.
Cuando llegue a casa, mis hermanitos me recibieron con mucha emoción y alegría. Me dedique a pasar el tiempo sobretodo con Bonnie, mi única hermana. Bonnie había despertado una nueva afición por lo místico y lo sobrenatural, por lo que decidió llevarme a casa de la vieja Matilde, una señora que vivía en una antigua  mansión detrás del Guaire y tenía un ojo de cristal. Tenía fama de adivinarle la fortuna a la gente a través de hojas de té. Podía adivinar desde futuros amores y desamores hasta los tickets del loto. Después de terminar de tomarme mi té, la vieja Matilde agarró mi tasa, la examinó con cuidado y hacia mi dirigió la siguientes palabras que nunca olvidaré: “Veo que esta noche asistirás a un baile, pues escucha bien lo que dicen tus hojas que un futuro amor te espera, el primer hombre con una rosa roja que veas, va a hacer él hombre con que te vas a casar”.
Un largo vestido color escarlata lucía mi figura sensual, que junto a mi collar de perlas y mi moño estilo Audrey Hepburn, me hacían la señorita más deseada del baile. No había muchacho que me pasara por el lado sin detenerse a mirarme o invitarme a bailar, pero yo por supuesto les decía que no, pues estaba concentrada en la búsqueda de mi caballero de la rosa roja.
Ya me iba dando por vencida cuando de repente apareció. Era un hombre alto y erguido, de apariencia torpe pero sumamente buenmozo, debía haber estado llegando a los 30. Desde el primer momento que lo vi supe inmediatamente dos cosas. La primera era que la flor en la mano del caballero no estaba destinada para mí, sino para Teresita Andrade, una muchacha bastante detestable. La segunda era que aquel caballero, no era como los que a mí me solía gustar. Usualmente yo iba tras bailarines, cantantes de bolero, artistas, estrellas de cine, o cualquier otro que llevara una vida extravagante. Este señor llevaba una vida mucho más seria y estable: ingeniero químico suficientemente adinerado, solía pasarse su tiempo libre jugando golf, yendo al hipódromo y resolviendo crucigramas, sabía todo esto porque me estoy refiriendo a un buen amigo de mi padre.
A pesar de habérmelo cruzado ya varias veces, no fue sino esa noche cuando lo vi por primera vez. Un resplandor iluminaba sus ojos, mientras a mi alrededor la gente se paralizaba, la música dejaba de sonar, todo parecía desaparecer, quedándonos él y yo solos en el vacío. Algo que va más allá de mi comprensión me decía que él, Francisco Villanueva, y yo Mitzi Guevara estábamos destinados a estar juntos. Así que sin pensarlo dos veces, espere a que la narizona de Teresita estuviera ocupada bailando con alguien más, me le acerque toda radiante, y desde el momento que estábamos bailando supe que la vieja Matilde tenía razón ¡ahhh y cuánta razón tenía!

II:
Septiembre del 67 fue primera vez que la vi. No éramos sino unas criaturas en el Kindergarten Tammanaco. Para ese entonces yo  tenía una cierta mezcla de desinterés o temor hacia las niñas, pero sin embargo cuando la volví a ver en Junio del 81 me acordaba clarito de ella. Fue en unas de esas discotecas que estaban de moda en mi época. La veía bailando al ritmo de The Bee Gees,  mientras yo me sentaba en el bar a tomarme un trago. En ese momento vi que se salía de la pista y se aproximaba hacia el bar, mientras pensaba en que le podría decirle, vino un ladrón y le arrancó la cartera de la mano. Como  acto reflejo, salí corriendo tras el desgraciado. Lo agarre en el baño, no sé si era por adrenalina o por las tragos que tenia encima, pero agarré una fuerza brutal. Lo cogí por los tres pelos que tenia, y le golpe su cabeza contra la pared. Su nariz salió sangrado y él corriendo aterrorizado. En eso la vi entrar a ella y me sonrío cuando le di su  cartera. Al instante entro también un barbudo, que salió directo a abrazarla y a besarla, estaba con ella.
No me la podía sacar de la cabeza, a través de unos amigos yo me había enterado de que ella era una muchacha culta y muy inteligente, interesada por el arte, la música y los libros. Que estaba a punto de graduarse del colegio y que quería estudiar arte en la Central. Pero ella no sabía nada de mí. No sabía que yo trabajaba en un sitio de construcción, mientras estudiaba ingeniería, que necesitaba ayudar a mi mamá a mantener la familia, ya que habíamos pasado por un mal momento desde la muerte de mi papá.  Tampoco sabía que mi sueño era ser beisbolista profesional y por eso iba a practicar todas las tardes.
Me sentía el hombre con más afortunado el mundo cuando me enteré que mi mejor amigo se iba a casar con la prima de ella, yo iba ser el padrino, ella la madrina. Estábamos sentados al lado en la ceremonia, yo no hice sino preguntarme si ella sabía quién era yo, o por lo menos si se acordaba cuando le recupere su cartera de aquel ladrón cuatro años atrás. Afuera en la iglesia mientras todos felicitábamos a la pareja recién casada, ella se me acerca, sonríe y al oído me susurra un gracias, yo sabía completamente a que se refería. Esa pequeña palabra de 7 letras, me aventuró a que agarrara una rosa roja de un racimo frente a la iglesia, y le preguntara si me quería dar las gracias viendo una película o tomándose un café.

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